Pablo Neruda perdido en Los Andes
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Pablo Neruda estaba a n en el podio luego de recibir el Premio Nobel de Literatura, y mir el medall n dorado que ahora hab a en su mano, ese trozo de metal que tantos anhelaban, en una de cuyas caras ven a grabado el bondadoso perfil del inventor de la dinamita.
Los aplausos hab an sido tan entusiastas de su figura como cab a esperar de parte de esa audiencia, vestida toda ella de etiqueta y de manera conservadora, representativa del gran mundo de las letras, el mismo que acababa de concederle el galard n m s prestigioso que ning n individuo dentro de ese mbito pod a recibir. El sal n se ergu a por encima de ella con toda su pompa y su augusta grandeza, iluminado para enfatizar la solemne felicitaci n que su obra le hab a granjeado.
Pablo rebusc nerviosamente en su discurso. Hablar a ciertamente de poes a y de su devoci n por los versos. Y de pol tica, eso seguro, y su adhesi n para muchos controvertida al comunismo, aunque en ese momento, el a o de 1971 (tan tarde en su vida), y all en Estocolmo (tan lejos de todo), lo que verdaderamente quer a decir era algo m s; algo de lo que esa gente no sab a nada y l, en cambio..., bueno, lo sab a absolutamente todo. Les dir lo que han venido a o r, pens . Pero ahora... ahora...
"Mi discurso ser una larga traves a..."
Se palp la solapa del frac, echando un vistazo a la flor en su ojal y alisando unos segundos la propia solapa, ensayando una ltima vez en su mente el discurso que iba a darles.
"... un viaje m o por regiones, lejanas y ant podas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte..."
Las frases acud an de una en una a su mente. S , claro. La huida.
"Hablo del extremo sur de mi pa s..."
El extremo sur, pens . Pero m s incluso del inmediato flanco al Este, de la Cordillera de los Andes y sus aterradoras monta as..., monta as amantes y espectrales, tan brutales, tan espl ndidas..., que sin muchos remilgos se tornan implacables.
"Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros l mites el Polo Sur, que nos parecemos a la geograf a de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta..."
En este punto sonri , disfrutando de la loca met fora que acababa de acu ar. Igual su respiraci n comenz a acelerarse. De pronto, le pareci estar de nuevo en peligro, al evocar todo aquello.
"Por all , por aquellas extensiones de mi patria...", sinti su voz afirm ndose para la ocasi n, su propio anhelo de contar la historia, "adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en s mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar", puso una de sus manos en su pecho, "la cordillera de los Andes".