En este relato novelado, no se trata ya del cuerpo penitente, sino del cuerpo enfermo y del testimonio de un narrador en tercera persona sobre un tal Gilberto Quijano, un sujeto observado desapasionadamente mientras sufre el proceso del descubrimiento de su nuevo cuerpo, ahora enfermo, discapacitado, hospitalizado, dependiente de otros cuerpos; como el de su antigua compañera romántica, convertida en amiga, o como el de las enfermeras o el de los médicos y el personal del sanatorio en el que se centra el relato. Aunque narrado en tercera persona desde una distancia prácticamente clínica, quizás precisamente por ello, la distancia misma produce una intimidad irónica, dura y difícil. [...] De cierto modo, es como si Cervantes, en vez de dedicarle su novela al Quijote, se la hubiera dedicado a Alonso Quijano, un aldeano de la Mancha, tan digno como cualquiera, que respira, desea, piensa, sueña, ama, vive y sobrevive. -Rubén Ríos Ávila, New York University