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Gabriel, California. El padre prior, fray Daniel Cepeda, alarmado ante la oleada de asaltos de los indios yumas (cuya inequívoca y cruel firma es dejar clavados, a la vista de todo el mundo, los despojos de sus víctimas con espinas del arbusto conocido como rosa de California) escribe alarmado al gobernador y capitán general don Felipe de Neve solicitando el amparo de los dragones de su majestad el rey. Los indómitos guerreros yuma, entre ellos la joven Luna Solitaria, son cada vez más temibles en sus incursiones. Si antes habían sido los comanches sus objetivos de sangre, ahora eran los blancos y en especial los frailes de las misiones hispanas y quienes vivían en ellas, mestizos, criollos y mexicanos. Deberán ahora enfrentarse a las tropas del capitán de dragones Martín de Arellano, conocido en todo el virreinato de Nueva España, desde las selvas de Guatemala hasta Arkansas, como el Capitán Grande, como lo llamaban los comanches tónkawas, los siri, wichitas y yumas.